martes, 5 de junio de 2007

¿Bares o restaurantes?


Bueno, pues ya estamos aquí otra vez.


Comentaros que el sábado pasado fui de cena con los amigos a un bar, y eso me hizo plantearme una serie de reflexiones.


Ya sabemos que cuando hablamos de restaurantes nos estamos refiriendo a un "nivel superior" (muchas veces hay qué ver los cuchitriles que se encierran tras esa denominación), mientras que reserva la expresión "bar" para algo más "guerrero" y de batalla diaria.


Normalmente, en el lenguaje diario y común, el bar es el gran discriminado, reservándose sólo para tomar un cortado, comer un bocata o tomar una cervecilla rápida antes de ir a algún otro sitio, mientras que la expresión "restaurante" la reservamos para acontecimientos importantes, veladas "inolvidables", y, en general, para todas aquellas ocasiones en que nos ponemos algún trapito que se sale de lo normal.


En los restaurantes nos ponemos más "finos", tratamos conversaciones más "elevadas", intentamos coger la copa (digo "copa", no "vaso", término este último reservado al bar) con estilo no habitual, tratamos de masticar, no rumiar, y, si fumamos (o si nos dejan fumar, ya que el tema en los restaurantes está cada vez más imposible y debemos acudir a los "campos de refugiados" para fumadores en que se han convertido los bares), tratamos de coger el cigarrillo con un estilo especial, de película, si puede ser. Los restaurantes, en cambio, los asociamos a despedidas de solteros, partidos de fútbol, humo, paredes aceitosas y tortillas de patatas en el mostrador que parecen haber pasado al patrimonio histórico nacional.


Sin embargo, quién no se ha comido nunca un bocata de calamares en un bar, con ese ambiente, ese sabor que no acertaríamos a identificar entre el corolario que encierra el aceite en que se han frito multitud de patatas fritas, puntillas, alitas de pollo y demás frituras. Ummmmmmm, pero ese sabor que es imposible de reproducir en nuestra casa debido a nuestro natural aseo en las cocinas (bueno, en casi todos los casos, y no quiero mirar a nadie).


Pero tampoco empecéis a mirarme mal, que yo no digo que no me guste ir a un restaurante fino de vez en cuando, gastarme una pasta y comer con detalles. Lo que digo es que también hay que recuperar ese sabor patrio que se encierra tras dedos de aceite, máquinas de tabaco, escudos del Real Madrid (por decir uno, eh) y bastones con la leyenda "si no pagas me descuelgo".


En todo caso, cada cosa tiene su momento, pero sería bueno que, de vez en cuando, recuperásemos el bar de nuestro barrio a ver qué se cuece por allí. Pero con cuidado, eh; no vayamos a caer en el tradicional: "¡¡¡María, me voy al bar!!!".

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